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7 doctrinas bíblicas que todo cristiano debe saber

sábado, 4 de enero de 2020
Doctrinas biblicas

EsBíblico
En este artículo trataremos de resumir siete doctrinas bíblicas que todos los cristianos debemos conocer, comprender y saber explicar. Dada la extensión del artículo, recomendamos consultar los versículos de la Biblia presentados como soporte de cada una de estas doctrinas. Comencemos.
  1. Dios existe
La Biblia dice en su principio que Dios creó el universo. Es por tanto un Creador inteligente, eterno y omnipotente. Véase Romanos 1:20. Como Creador, Dios es un diseñador extraordinario que dotó a cada una de sus creaciones, en especial a los seres humanos, con capacidades superiores a las necesarias para sobrevivir.
Cada sociedad en la historia ha expresado una creencia en un Ser Supremo, y estudios antropológicos modernos demuestran que la creencia religiosa más temprana y más fundamental es el monoteísmo, y no el politeísmo.
El testimonio de las Escrituras y la confirmación de la experiencia personal nos aseguran de que Dios en verdad vive y se comunica con la humanidad, y aceptamos la verdad de Su existencia por fe (Hebreos 11:6).
  1. Dios se comunica con la humanidad
Dado que Dios existe, su Palabra también existe. Todos los seres inteligentes buscan comunicarse, y la Inteligencia Suprema no es una excepción.
La evidencia demuestra de una manera convincente que la Biblia es la Palabra única de Dios al hombre en forma escrita, por: (1) sus pretensiones únicas, (2) su autoridad auto vindicatoria, (3) el testimonio de los apóstoles y profetas, (4) la integridad de Jesucristo, quien endosó el Antiguo Testamento y comisionó a los escritores del Nuevo, (5) la naturaleza y calidad de su contenido, (6) su superioridad moral, (7) su unidad, a pesar de más de cuarenta escritores abarcando más de 1,600 años, (8) la falta de una alternativa creíble, (9) su concordia con la historia, la arqueología, y la ciencia, (10) su indestructibilidad, (11) su universalidad, (12) su influencia sobre la sociedad, (13) el testimonio del Espíritu, (14) su poder para cambiar vidas, (15) sus promesas y sus milagros cumplidos, (16) sus profecías cumplidas, y (17) la falta de una explicación alternativa de su origen.
Además, la Biblia se identifica a sí misma como la Palabra de Dios.
La Biblia es inspirada por Dios, literalmente “respirada de Dios” tal como señala 2 Timoteo 3:16 cuando afirma que “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia”. Los santos hombres de Dios escribieron siendo inspirados por el Espíritu Santo (2 Pedro 1:21). La inspiración se extiende a todas partes de la Biblia y a cada palabra.
Aunque los escritores humanos escogieron palabras que reflejaban su idioma, cultura, personalidad, circunstancias, y estilo, Dios guio el proceso de manera que cada palabra comunicaría con certeza Su mensaje. Como resultado, la Biblia es infalible, inerrante, y la única autoridad para doctrina y vida cristiana. La Biblia es verdad.
Los treinta y nueve libros del Antiguo Testamento fueron reconocidos como Escrituras por los hebreos antiguos, y Jesús y los apóstoles citaron de o aludieron a casi todas ellas. Los veintisiete libros del Nuevo Testamento fueron aceptados por los cristianos desde los tiempos más tempranos, incluso los contemporáneos de los escritores en la mayoría de los casos (II
Pedro 3:15-16), y son reconocidos como Escrituras por toda la Cristiandad. A veces pueden surgir errores al copiar, traducir, o imprimir las Escrituras, pero Dios ha mantenido Su mano sobre el proceso de transmisión para preservar Su palabra para siempre (Salmo 100:5).
Al estudiar la Biblia, debemos mantener en mente varios puntos: (1) es necesario tener la iluminación del Espíritu, (2) la Biblia es básicamente clara y propuesta para ser entendida, (3) la Escritura interpreta a la Escritura, (4) la verdad se revela progresivamente desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo, (5) la Biblia presenta una teología unificada, (6) ninguna doctrina es basada en un solo pasaje o se halla escondida en pasajes oscuros, (7) la Biblia está acomodada a la mente humana (pero no al error), y (8) cada pasaje tiene un significado primario, pero puede tener varias aplicaciones.
Podemos tener confianza de que Dios nos ha revelado, preservado, y transmitido Su Palabra hoy y que la podemos entender. Su Palabra es la Biblia.

  1. La Doctrina de Dios
“Dios es Espíritu” (Juan 4:24). El no se compone de carne, sangre, huesos, o materia física. El es invisible al ojo humano, a menos que escoja revelarse en alguna manera (Juan 1:18). Dios posee individualidad, racionalidad, y personalidad. Él es auto existente, eterno, e inmutable. El es omnipresente (presente en todo lugar), omnisciente (tiene toda sabiduría y todo lo conoce), y omnipotente (todopoderoso).
La naturaleza moral de Dios incluye santidad, justicia y rectitud, misericordia y gracia, amor, fidelidad, verdad, y bondad. Él es absolutamente perfecto en toda manera. 1 Juan 4:8 dice, “Dios es amor”; ninguna otra religión le identifica tan completamente a Dios con el amor.
Puesto que Dios es santo, Él no puede tener comunión con el pecado. La justicia de Dios demanda castigo para el pecado, pero en Su amor y misericordia Él dio a Su Hijo para satisfacer los requisitos de Su justicia, proveyendo a la vez salvación para pecadores arrepentidos. Los que rechazan Su gentil provisión de la salvación enfrentarán a Su juicio. Dios ama al pecador, pero Su naturaleza santa no le permite amar, condonar, o ignorar el pecado.
Dios es absolutamente e indivisiblemente uno. “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es” (Deuteronomio 6:4). Su naturaleza eterna no contiene distinciones o divisiones esenciales. Todos los nombres y títulos de la Deidad como Dios, Jehová, Señor, Padre, Verbo, y Espíritu Santo se refieren al mismo ser. Cualquier pluralidad asociada con Dios es solamente una pluralidad de atributos, títulos, papeles, manifestaciones, modos de actividad, o relaciones al hombre. Muchos pasajes enfatizan la unidad de Dios (Isaías 42:8; 43:10-11; 44:6-8, 24; 45:21-23; 46:6-9; Marcos 12:28-30; Gálatas 3:20; I Timoteo 2:5; Santiago 2:19).
El título de Padre describe las funciones de Dios como padre de toda la creación, padre del Hijo unigénito, y padre del creyente renacido (Deuteronomio 32:6; Malaquías 2:10). El título de Hijo se refiere a la venida de Dios en carne, pues el niño Jesús fue concebido literalmente por el Espíritu Santo, quien era literalmente Su Padre (Mateo 1:18-20; Lucas 1:35). El título de Espíritu Santo identifica el carácter fundamental de la naturaleza de Dios. La santidad forma la base de Sus atributos morales, mientras que la espiritualidad es la base de Sus atributos no-morales. El Espíritu Santo es, específicamente, Dios en actividad, en particular ungiendo, regenerando, y habitando en el hombre—obras que Dios puede hacer porque es un Espíritu (Génesis 1:2; Hechos 1:5-8).
Estos términos también pueden ser entendidos en la revelación de Dios al hombre: Padre se refiere a Dios en relación familiar al hombre; Hijo se refiere a Dios encarnado; y Espíritu se refiere a Dios en actividad. Por ejemplo, un hombre puede tener tres relaciones o funciones significativas —como administrador, maestro, y consejero— y ser todavía una sola persona en todo sentido. Dios no es definido por ni limitado a una terciedad esencial. La Biblia nunca se refiere a Dios como una “trinidad” o como “tres personas” sino que con frecuencia le llama el Santo.
El título de Verbo se refiere a la auto expresión o auto revelación de Dios. El Verbo de Dios es El mismo (Juan 1:1), en particular Su pensamiento, mente, razonamiento, o plan. En la persona de Jesucristo, “aquel Verbo fue hecho carne” (Juan 1:14). “Dios fue manifestado en carne” (I Timoteo 3:16).

  1. La Identidad de Jesucristo
Jesucristo es a la vez Dios y hombre. El es el único Dios encarnado. “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9). “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (II Corintios 5:19). Jesucristo es la imagen del Dios invisible, Dios manifestado en carne, nuestro Dios y Salvador, y la imagen misma de la sustancia de Dios (II Corintios 4:4; Colosenses 1:15; I Timoteo 3:16; Tito 2:13; Hebreos 1:3; II Pedro 1:1). El no es la encarnación de una de las personas de una trinidad, sino la encarnación de todo el carácter, la calidad, y la personalidad del único Dios. El reconocer la deidad de Jesucristo es esencial para la salvación. Jesús dijo, “Si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis,” haciendo referencia al nombre de Dios “Yo Soy” (Juan 8:24,58). Jesús solamente tiene poder para salvar del
pecado si El es verdaderamente Dios, pues solo Dios es el Salvador y solo El puede perdonar el pecado (Isaías 43:25; 45:21- 22; Marcos 2:7).
Todos los nombres y los títulos de la Deidad se aplican apropiadamente a Jesús. El es Dios (Juan 20:28), Señor (Hechos 9:5), Jehová (Isaías 45:23 con Filipenses 2:10-11), Yo Soy (Juan 8:58), Padre (Isaías 9:6; Apocalipsis 21:6-7), Verbo (Juan 1:14), y Espíritu Santo (Juan 14:17-18).
Dios el Padre habitaba dentro de Cristo el hombre. Jesús dijo, “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). “El Padre está en mí, y yo en el Padre” (Juan 10:38). “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre . . . el Padre que mora en mí, él hace las obras” (Juan 14:9-10). La naturaleza divina de Jesucristo es el Espíritu Santo (Gálatas 4:6; Filipenses 1:19), que es el Espíritu del Padre (Mateo 1:18-20; 10:20). “El Señor es el Espíritu” (II Corintios 3:17). Jesús es Aquel que está en el trono celestial, como vemos por comparar la descripción de Jesús en Apocalipsis 1 con la de Aquel que está en el trono en Apocalipsis 4 y por notar que “Dios” y “el Cordero” es un mismo ser en Apocalipsis 22:3-4. Jesús es también el Hijo de Dios. El término Hijo puede significar solamente la naturaleza humana de Cristo (como “el Hijo murió”) o puede significar la unión de deidad y humanidad (como “el Hijo volverá a la tierra en gloria”), pero nunca se usa aparte de la encarnación de Dios. Nunca se refiere solamente a la deidad. Los términos “Dios el Hijo” e “Hijo eterno” no son bíblicos. El papel del Hijo empezó cuando Jesús fue milagrosamente concebido en el vientre de una virgen por el Espíritu Santo (Lucas 1:35; Gálatas 4:4; Hebreos 1:5).
Las Escrituras proclaman enfáticamente la completa y genuina humanidad de Cristo (Romanos 1:3; Hebreos 2:14-17; 5:7- 8). El tenía un cuerpo, alma, espíritu, una mente, y una voluntad que eran humanos (Lucas 22:42; 23:46; Hechos 2:31; Filipenses 2:5; Hebreos 10:5,10). Jesús era un humano perfecto, con todo lo que la humanidad genuina incluye. La verdadera humanidad de Cristo no significa que El tenía una naturaleza pecaminosa.
El era sin pecado, El no cometió pecado, y el pecado no estaba en El (Hebreos 4:15; I Pedro 2:22; I Juan 3:5). El vino con la clase de naturaleza humana inocente que Adán y Eva tuvieron en el principio.
El creer en la verdadera humanidad de Cristo es esencial para la salvación (I Juan 4:3). Si Dios no vino verdaderamente en la carne, entonces no hay sangre para la remisión de pecados; no hay sacrificio de propiciación. El propósito mismo de la Encarnación era proveer un hombre santo para mediar entre el Dios santo y la humanidad pecaminosa.
Es necesario distinguir claramente entre la deidad y la humanidad de Cristo. Aunque Jesús era a la vez Dios y hombre, a veces El actuaba del punto de vista humano y a veces del punto de vista divino. Como Padre, El a veces hablaba departe
de Su auto-conciencia divina; como Hijo, El a veces hablaba departe de Su auto-conciencia humana. Solamente como un hombre podría Jesús nacer, crecer, ser tentado por el diablo, tener hambre, tener sed, cansarse, dormirse, orar, ser azotado, morir, no conocer todas las cosas, no tener todo poder, ser inferior a Dios, y ser un siervo. Solamente como Dios El podría existir desde la eternidad, ser inmutable, echar fuera demonios por
Su propia autoridad, ser el pan de vida, dar agua viva, dar descanso espiritual, calmar la tempestad, contestar la oración,
sanar a los enfermos, resucitar a Su cuerpo de la muerte, perdonar el pecado, conocer todas las cosas, tener todo poder, ser identificado como Dios, y ser Rey de reyes. En una persona ordinaria, estas dos listas en contraste serían mutuamente exclusivas, pero las Escrituras las atribuyen todas a Jesús, revelando
Su naturaleza doble. Aunque tenemos que distinguir entre la deidad y la humanidad de Cristo, es imposible separar a las dos en Cristo (Juan 1:1,14; 10:30,38; 14:10-11; 16:32). El Padre se unió a la humanidad para formar un solo ser—Jesucristo, la Deidad encarnada. Mientras estaba en la tierra Jesús era plenamente Dios, y no meramente un hombre ungido. A la vez, El era completamente humano, y no solamente una semejanza de hombre.
El poseía el poder, la autoridad, y el carácter ilimitado de Dios. El era Dios por naturaleza, por derecho, por identidad; El no se hallaba deificado solamente por una unción o investidura. Desemejante a un creyente lleno del Espíritu, la humanidad de Jesucristo se hallaba unida con toda la plenitud del Espíritu de Dios.

Podemos identificar cuatro temas mayores en la descripción bíblica de la Encarnación : (1) la absoluta y completa deidad
de Jesucristo; (2) la humanidad perfecta y sin pecado de Jesucristo; (3) la distinción clara entre la humanidad y la deidad
de Jesucristo; y, sin embargo, (4) la unión inseparable de deidad y humanidad en Jesucristo. Jesús es la plenitud de Dios habitando en perfecta humanidad y manifestándose como un ser humano perfecto. Él no es la transmutación de Dios a carne, la manifestación de una porción de Dios, la animación por Dios de un cuerpo humano, o Dios habitando temporalmente en una persona humana aparte. Jesucristo es la encarnación—incorporación, personificación humana—del único Dios.

  1. Ángeles y Demonios
El único Dios creó todo, incluso el cielo y la tierra y todo ser viviente (Génesis 1:1; Apocalipsis 4:11).
Antes de la creación del mundo Dios creó a los ángeles, quienes son seres espirituales con personalidades individuales. Aparentemente hay diferentes tipos o grados de ángeles, incluso serafines, querubines, y por lo menos un arcángel (Miguel). Los ángeles tienen un ministerio celestial; ellos rodean el trono de Dios y le alaban. También tienen un ministerio terrenal como mensajeros de Dios. Ellos fortalecen, animan, protegen, y libran a los santos. Son instrumentales en cumplir la obra de Dios, en particular Su juicio.
Los ángeles fueron creados buenos, pero algunos llegaron a ser malos por su propia voluntad. Un tercio de ellos cayó por transgresión, y la Biblia no menciona ningún plan de redención para ellos. Algunos de estos ángeles caídos están presos (2 Pedro 2:4).
Las Escrituras indican que Satanás, o el diablo, fue creado originalmente como Lucero, un buen ángel segundo en poder a Dios. El pecó mediante orgullo y rebeldía contra Dios. Ahora Satanás es el principal adversario de Dios y del hombre. La Biblia le llama el tentador, acusador, maligno, homicida, padre de mentiras, serpiente, dragón, león rugiente, dios de este mundo, príncipe de la potestad del aire, y príncipe de los demonios.
Aunque es poderoso, él no es omnisciente, omnipresente, ni omnipotente. El Espíritu de Dios da a los creyentes poder sobre Satanás (Santiago 4:7; 1 Juan 4:4).
Los demonios son los agentes de Satanás. Ellos parecen ser ángeles caídos que no están presos (Mateo 25:41). Buscan poseer cuerpos humanos, y causan muchas clases de enfermedades físicas y espirituales, tentación, y opresión. Están involucrados en la adivinación, herejía, idolatría, y el gobierno del mundo. En el último día, Satanás con sus agentes serán echados al lago de fuego por la eternidad. Los Cristianos tienen el poder de echar fuera demonios en el nombre de Jesús (Marcos 6:13; 16:17).

  1. La Humanidad
Dios creó al hombre y a la mujer a Su imagen espiritual, moral, e intelectual (Genesis 1:27). El alma y el espíritu componen la parte eterna del hombre, incluyendo el intelecto, la personalidad, las emociones, la voluntad, el reconocimiento de sí mismo, la intuición, la conciencia, y el reconocimiento de Dios.
Originalmente, la naturaleza humana era inocente y sin pecado, con un completamente libre albedrío. Adán y Eva escogieron desobedecer a Dios y entonces introdujeron el pecado a la raza humana. Todos ahora nacen con una naturaleza pecaminosa—la compulsión a pecar, el dominio del pecado (Romanos 3:9; 5:12,19; 7:14). La naturaleza pecaminosa lleva inevitablemente a hechos pecaminosos, resultando en condenación. La Biblia declara enfáticamente que todos los humanos son pecadores (I Reyes 8:46; Proverbios 20:9; Isaías 64:6). Todos están bajo el pecado y son culpables ante Dios (Romanos 3:9,19). “No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10). “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
Como un resultado, la humanidad está bajo la sentencia de muerte, física y espiritualmente. “Porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). “El pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:15). Muerte significa separación y la muerte espiritual última es la separación eterna de Dios.
Todos necesitan ser salvos del pecado y de su pena, la muerte. Y Dios ha provisto salvación por medio de Jesucristo.

  1. La Obra Salvadora de Jesucristo
Dios vino en carne como Jesucristo para proveer salvación para Su creación caída. La Encarnación era para el propósito de la Propiciación. El evangelio, literalmente las “buenas nuevas,” es que Jesús murió, fue sepultado, y resucitó para nuestra salvación.
Disímil a toda otra religión, el cristianismo depende de la muerte y resurrección de su fundador. La santidad de Dios demanda que Él se separe de la humanidad pecaminosa. La separación de Dios, la fuente de toda vida, significa muerte—físicamente, espiritualmente y eternamente—y entonces la santa ley de Dios requiere la muerte como la pena para los pecadores. Dios escogió obligarse por el principio de muerte por el pecado. Sin el derramamiento de sangre (el dar de una vida) no puede haber remisión o libertad de esta pena y no puede haber restauración a comunión con el Dios santo (Hebreos 9:22). La muerte de animales no es suficiente para remitir nuestros pecados (Hebreos 10:4), porque somos mucho mayor que ellos en que nosotros fuimos creados a la imagen espiritual de Dios. Tampoco puede una persona ordinaria sufrir la pena en nuestro lugar, pues cada uno merece la muerte eterna por sus propios pecados.
Para poder proveer un sustituto aceptable, Dios vino a la tierra como un hombre sin pecado—Jesucristo. Jesús era el único hombre sin pecado que jamás ha vivido, y entonces El era el único que no merecía morir y que podría ser un sustituto perfecto. Su muerte llegó a ser la propiciación permanente por nuestros pecados. Dios no excusa a nuestros pecados sino que ha infligido la pena por esos pecados en el inocente hombre Cristo. Entonces la muerte de Cristo fue hecha necesaria por (1) la pecaminosidad de toda la humanidad, (2) la santidad de Dios, (3) la ley de Dios que requiere muerte como la pena por el pecado, y (4) el deseo de Dios de proveer salvación para los pecadores. No hay salvación fuera del Señor Jesucristo. Jesus afirmó, “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). (Véase Juan 8:24; Romanos 10:9-17.)
El Antiguo Testamento tipificó la muerte de Cristo por sacrificios de animales. El pueblo de Dios ofrecía sacrificios de sangre para hacer propiciación por—cubrir, perdonar, remitir, o expiar— sus pecados. Estos sacrificios no quitaban actualmente el pecado, pero demostraban fe en y obediencia al plan de salvación de Dios. En la cruz, Jesús pagó la pena por los pecados de todo el tiempo, y su sacrificio está al alcance de todos en toda época que creen y obedecen a Dios (Romanos 3:25).
La Biblia describe la muerte de Cristo de varias maneras:
1. Redención o rescate (Mateo 20:28; Gálatas 3:13; I Timoteo 2:6). Redimir significa librar por pagar un precio; el rescate es el precio pagado. La sangre (vida) de Cristo era el rescate que la santa ley de Dios demandaba para redimirnos del cautiverio y la pena del pecado (I Pedro 1:18-20; Apocalipsis 5:8- 10).
2. Propiciación (Romanos 3:25; I Juan 2:2). Esto significa satisfacción o aplacamiento—algo que le permite a Dios perdonar el pecado sin comprometer Su santidad y justicia. La muerte de Cristo cumplió con los requisitos justos de Dios, comprando así la remisión de pecados (Mateo 26:28; Juan 1:29).
3. Reconciliación (Romanos 5:6-11; II Corintios 5:14-21). Cristo el hombre hace mediación entre Dios y los hombres (I Timoteo 2:5). Como un hombre sin pecado El quitó la barrera entre el Dios santo y los hombres pecaminosos, restaurándonos a la comunión con Dios.
4. Sustitución (Isaías 53:5-6; II Corintios 5:21; I Pedro 2:24). Jesucristo tomó nuestro lugar y sufrió la pena que nosotros merecíamos por nuestros pecados. En este sentido El llego a cargar el pecado, a ser el sacrificio por nuestros pecados (1 Corintios 5:7; Hebreos 9:28;10:10-17).
Después de que Cristo murió, Su cuerpo fue sepultado en la tumba y su alma descendió al Hades (el lugar de las almas que han partido) (Hechos 2:25-32). Después de tres días El resucitó con un cuerpo físico glorificado, victorioso sobre la muerte y el Hades. Su resurrección es esencial para nuestra salvación porque hizo efectivo a Su muerte; obtuvo Su victoria sobre la muerte (Romanos 4:25; I Corintios 15:14). Por causa de Su resurrección nosotros tenemos poder para vencer y vida nueva en Cristo además de la seguridad de la inmortalidad futura (Romanos 5:10; 6:4; I Corintios 15:20-23).
Cuarenta días después de la resurrección, Jesús ascendió al cielo, donde es exaltado para siempre (Efesios 1:20,21; Filipenses 2:9). Durante Su vida terrenal, El dejó las prerrogativas divinas de gloria, honra, y reconocimiento y se sometió a limitaciones humanas, pero ahora no. En el cielo, Jesucristo como Dios está abiertamente investido de todo poder, autoridad, y gloria. La Cruz era el único, final sacrificio para todo tiempo (Hebreos 10:12), y aquel sacrificio supremo provee intercesión presente por nuestros pecados y libre acceso al trono de Dios (Romanos 8:34; Hebreos 4:14-16; I Juan 2:1).
La Cruz invierte todas las consecuencias del pecado. La iglesia más que recuperará en Cristo todo lo que la raza humana perdió a causa del pecado. Los creyentes se gozan de muchas bendiciones como resultado en esta vida y recibirán la plenitud en la eternidad. Los beneficios de la obra de Cristo incluyen el perdón de pecados, vida nueva espiritual, poder sobre el diablo, sanidad para el cuerpo, y últimamente liberación de la creación de la maldición del pecado y vida eterna para los creyentes (Isaías 53:5; Romanos 8:19-23; Colosenses 1:14,20; Hebreos 2:14).
La obra presente de la salvación tiene varios aspectos, que una persona recibe por fe al arrepentirse, ser bautizado en el nombre de Jesús, y recibir el Espíritu Santo (I Corintios 6:11).
1. Justificación (Romanos 3:24,26). Justificar significa declarar, contar, o considerar como justo. Esto incluye el perdón de pecados, incluso la remoción de toda culpabilidad y castigo, y la imputación de la justicia de Cristo.
2. Regeneración, o nuevo nacimiento (Juan 3:5; Tito 3:5). Esto es más que una reformación; es el impartimiento de una nueva naturaleza—la naturaleza de Dios—con un cambio de deseos y poder para vivir una vida nueva.
3. Adopción (Romanos 8:14-17; Gálatas 4:1-7). El creyente es colocado en la familia espiritual de Dios y escogido como Su heredero.
4. Santificación, o separación (Hebreos 10:10). Al ser convertida, la persona es puesta aparte del pecado. El Espíritu Santo sigue entonces a transformarle, perfeccionarle, y hacerle santa (II Corintios 3:18; I Tesalonicenses 3:13; 5:23).
La obra propiciatoria de Cristo es la base para la salvación en toda época. La salvación siempre tiene su origen en la gracia de Dios y es apropiada por la fe obediente. Cristo murió por toda la raza humana (Juan 1:29; I Timoteo 2:6; I Juan 2:2). Los beneficios de Su propiciación llegan a todos los que creen en El y aplican Su obra a sus vidas (Juan 3:16; Hebreos 5:9).

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